martes, 22 de noviembre de 2011

Ser Romano

Por Salvador De Maria y Campos Q.

La Roma nació vieja, añeja, con un regustillo aristocrático que desde su fundación ya empezaba a ranciar. La Roma no fue nunca un hito de modernidad ni trajo consigo avances de vanguardia tecnológica ni en materia arquitectónica ni en urbanismo. Antes que ella, otras colonias más viejas del Distrito Federal : La San Rafael –conocida como Colonia de los Arquitectos o Americana-, la Juárez, la Cuauhtémoc y La Santa María  habían ya implementado mejoras en materia urbanística y de saneamiento como drenajes, guarniciones, pavimentos e iluminación. Y en materia arquitectónica, la Roma únicamente replicaba los sistemas constructivos que desde un buen tiempo atrás se venían aplicando. En los albores del siglo XX, mientras que en el horizonte del quehacer de desarrollo urbano y construcción se perfilaban ya modernos asentamientos  –como la vecina colonia Hipódromo Sección Insurgentes-; la Roma era pues, el último reducto residencial de una sociedad que se aferraba al estilo de vida de un porfirismo que al momento de la fundación de la flamante colonia, se despeñaba por la ladera de un precipicio arrastrando tras de sí la estela de piedra y polvo que le habría de sepultar por siempre.

Empero, la Roma contó con una traza privilegiada que pocas colonias más viejas contaban : con dos grandes jardines que son el eje de la vida pública y de esparcimiento de la colonia : El Jardín Roma, -hoy Plaza Río de Janeiro- y el Jardín Ajusco, -hoy Plaza Luis Cabrera- y con sendos bulevares que, a la manera parisina, dividían a la Colonia en cuatro cuadrantes orientados de norte a sur y de oriente a poniente : La Avenida Orizaba y la Avenida Jalisco –hoy Álvaro Obregón-, respectivamente.

Un selecto grupo de arquitectos e ingenieros, mexicanos y extranjeros,  se sintió atraído por el aireado y espacioso fraccionamiento y se decidió por venir a poner su sello en la nueva Colonia. La fina firma del Ingeniero Civil Militar Gustavo Peñasco, la sobriedad del Arq. Manuel Gorozpe, la elegancia del Arquitecto Manuel Capetillo y Servín;  la atrevida marca de los franceses B. A.  Pigeon y Auguste Leroy; el clasicismo del venezolano, arquitecto y cónsul, Eudoro Urdaneta y la ondulante sensualidad del  catalán Prunes, que entre otros, dieron a la Roma el nostálgico carácter de una fotografía sepia que muy pronto, con la llegada de los aireados vientos democráticos, empezaría a difuminarse. Fueron pocos años, 30 a lo mucho, los que la Roma conservó intacto su paisaje pues no bien llegó la década de los años 40 para que las viejas mansiones comenzaran -desde entonces- a ceder su territorio a nuevas y modernas edificaciones que alteraron de forma irremediable su fisonomía y su aire palaciego y apacible en un proceso continuo que hasta la fecha, no cesa en su voraz apetito de deglución de la historia de la ciudad.



 Pero la mayor devastación ocurrió en las décadas de los años 60, 70 y 80; ante la indiferencia de los ciudadanos, la miopía de los guardianes del patrimonio y el beneplácito de las autoridades en materia de desarrollo urbano, la Colonia ROMA, último bastión arquitectónico del México porfirista, perdió más del 70% de su patrimonio arquitectónico y cultural que vendría a ser rematado, como la estocada que clava el torero en la suerte de matar, con el sismo de 1985.

Fueron pocos los vecinos, -los añejos, los de siempre-, los que se negaron a abandonar sus casas, sus calles y sus jardines; los que siguieron confiando en la nobleza y el abrigo de sus espesos muros de adobes y de tabiques rojos recocidos y en el crujir de sus viejos pisos de duela de madera. Y tras de estos llegaron otros que supieron entender ese discurso arquitectónico y estilístico y más allá de lo evidente, lograron escuchar el grito ahogado y casi inaudible de un barrio que se niega a sucumbir ante el despersonalizado proceso de lo estándar, de lo vulgar, de lo hecho en serie y de lo anodino.

A la Roma vienen llegando nuevos vecinos y nuevos arquitectos. Los primeros atraídos por su vibrante, atemporal, clásico y respetuoso discurso; los segundos atraídos por su apetitoso horizonte de desarrollo inmobiliario que se inserta en este reciente proceso regresivo de volver a habitar las zonas urbanas y céntricas de la ciudad. Al fenómeno arquitectónico actual de la Roma se lo puede clasificar en dos : El grupo de los arquitectos y desarrolladores que comprenden el entorno y que lejos de buscar el sello de marca, pretenden mimetizarse con el elocuente y opinado discurso del centenario barrio y el grupo de los megalómanos que con sus aberrantes incursiones no hacen otra cosa que ajar la piel de la colonia Roma que supura, cicatriza y que no cesa de regenerarse.


 
No son los pretensiosos, los wannabes, los que se dejan seducir por la Roma; ni es la Roma el barrio que pretende convertirse en trasnochada paráfrasis de un SoHo neoyorquino. Fiel a su origen, la Roma es auténtica; sus habitantes, sus comerciantes y sus personajes urbanos también lo son. A la Roma se la desayuna indistintamente con un crujiente croissant de La Pâtisserie de Dominique que con unos honestos chilaquiles del Comedor de Carmen e Hijas del Mercado de Medellín; se la come igual con Fetuccini con cangrejo de la Rosetta -preparado delicada y exquisitamente por la chef Helena Reygadas- que con una jugosa costilla acompañada de un bien servido plato de frijoles charros de Las Costillitas de San Luis; se la bebe lo mismo con un potente tinto de los que expende Galia Gourmet que con un amistoso Mezcal de La Nacional y se la cena y se trasnocha por igual con unas tapas y alcoholes del Félix que con unos tamales y chocolate de los Bisquets de Álvaro Obregón.

Y es que a la Roma no se le visita para ver o dejarse ver. A la Roma se le pasea para respirar su aire neo-porfiriano; para charlar abierto con los amigos; para degustar honestas propuestas gastronómicas –sea cual sea el presupuesto-. La Roma es la mejor muestra del variopinto tejido social que es el Distrito Federal decantado en todas las confluencias que puede tener la compleja urdimbre urbana : generacionales, religiosas, académicas, de género y de clase. La Roma es pluralmente exclusiva y democráticamente única. Los Romanos son todos diferentes, todos individuales, todos auténticos y sin embargo todos son también abarcados, comprendidos, contenidos en el gran abrazo que significa el término “Ser Romano”.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Nuevo Director en la Dirección de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble del INBAL

Movimiento Pro Dignificación de la Colonia ROMA, A. C. felicita a la Mtra en Arq. Dolores Martínez Orralde por su reciente nombramiento como Directora de la Dirección de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.

Nuestra asociación dedicada a la preservación del patrimonio cultural, urbanístico y arquitectónico de nuestra colonia Roma, fundada hace más de 15 años, ha venido trabajando estrechamente con la Dirección de Arqutiectura del INBA y con los diferentes directores que la han encabezado; durante este tiempo, la Mtra. en Arq. Dolores Martínez Orralde ha sido el eje que ha dado continuidad y consistencia a la labor del equipo que desde ahora dirige. Con beneplácito compartimos a nuestros vecinos, seguidores y preocupados por el patrimonio arquitectónico y urbanístico esta buena noticia.

martes, 1 de noviembre de 2011

El Pintor de Retratos, Cuento Ganador, Concurso CASUL, en torno a la Colonia ROMA.

El Pintor de Retratos.

Por Cronista Urbano
(Mauricio Vega Vivas)
 Me citó en la Plaza Río de Janeiro, en la Colonia Roma, a las nueve horas menos cuarto. Y agrego: “Por favor, sea puntual”. Con agrado acepté el lugar y la hora, a pesar de mi desconfianza habitual y la extraña manera de citarme. A las “nueve horas menos cuarto” era una expresión poco habitual en mi vocabulario. Pensé en la manera en que si citan a determinada hora en España o Sudamérica, pero no en México. Sin embargo, al teléfono, no percibí acento extranjero alguno ni rasgo distintivo de la mujer aquella. “Una cosa más, espéreme por favor a espaldas de la réplica del David de Miguel Ángel, junto a la fuente, ¿la conoce?”. Le respondí que sí y se despidió sin mayores señas. Decidí llevar el caballete plegable y la caja de madera en que acomodé perfectamente las barras de carboncillo, el aceite de linaza, el aguarrás, los tubos de óleo y los pinceles que requería. Agregué la carpeta del papel y el lienzo de lino de una  buena vez, según la petición del cliente: 80 x 60 cm. El taxi entró por la calle de Puebla y giró a la izquierda en Orizaba, me dejó a un costado de la plaza. Llegué con diez minutos de anticipación, rodeé la fuente, admiré la perfección anatómica del David
-réplica exacta en bronce del original de la  Galleria dell’Accademia, en  Florencia,  Italia- y finalmente me senté en el pretil a esperar. Revisaba los mensajes en mi celular cuando escuché los tacones de una mujer cerca de mí, se detuvieron justo delante de donde me encontraba. Un hermoso y delicado par de piernas en unos tacones ligeros quedaron a un palmo de mis narices. Preferí no levantar la vista, aguardé callado unos segundos. La mujer preguntó: “¿Antonio Ramírez, el pintor?”. Levanté entonces la mirada, pero no pude ver su rostro, a contra luz del sol sólo vi su bella silueta. Me puse de pié y respondí: “Sí, señora, soy yo, mucho gusto”. Le ofrecí mi mano para saludarla, pero la ignoró deliberadamente. “Venga conmigo, por favor”. Y echó a andar rodeando la fuente hacia el norte de la plaza. Mientras trataba de alcanzarla pensaba en su descortesía al ignorar mi  mano extendida y en su incomprensión al hacerme caminar de esa manera con los materiales encima, sin saber bien hacia donde nos dirigíamos. Intenté igualar sus pasos,  pero me era imposible moverme a su ritmo. Caminó con idénticos pasos hasta el final de la plaza, dio vuelta a la derecha sobre Durango, cruzamos la calle y se detuvo en una casona de hermosa fachada neoclásica.


             Sin ver aún su rostro entré con ella a la casa, pero me detuvo en seco con
mi carga: “Espere aquí, deje ver si la persona que va a retratar está preparada”. Puse en el piso las cosas y miré un rato a mí alrededor. Un mueble con espejo y perchas de metal lo recibía a uno invitándolo a dejar sombrero y abrigo. La estancia era lujosa, aunque de muebles antiguos. Delante de mí estaba una elegante sala de terciopelo roja adornada con delicadas carpetas de hilo blanco, sobre brazos y respaldos. En la mesa de centro había un par de viejos libros: La amada inmóvil de Nervo y Angelina de Rafael Delgado. Un enorme comedor de altas sillas con floridos ornamentos estaba al otro lado
de la habitación. El pasillo hacia las escaleras estaba cubierto por una fina alfombra. Los lienzos originales en las paredes montados en fastuosos marcos, los esquineros de caoba y los finos tibores daban un toque exquisito a aquella casa. Aguardé no sé cuanto tiempo, tal vez veinte o treinta minutos, no quise ver mi celular para estar atento al regreso de la joven y bella mujer. Su fina voz me llamó, al cabo, desde lo alto de las escaleras: “Puede subir, es la recámara al final del corredor”. Con incertidumbre caminé hacia las escaleras, antes de pisar el primer escalón un vientecillo helado que provenía de lo alto golpeó mi rostro y me obligó a cerrar los ojos, mi carpeta con los papeles de dibujo cayó al suelo y  las hojas se extendieron en el piso. Apresuradamente los recogí, acomodé mis pertenencias y subí a toda prisa. Las puertas de las recámaras eran altas y blancas, pero la joven mujer no estaba por ningún lado. Recordé sus instrucciones y me dirigí al final del corredor, la puerta del fondo estaba entreabierta. La empujé ligeramente con mi caballete y nuevamente un vientecillo gélido me golpeó el rostro, tampoco le di importancia. “Pase por favor, lo esperaba más temprano”, me invitó una voz a pasar. Entré finalmente a la alcoba y junto a la cama estaba una mujer vieja sentada en un sillón, que me sonrió con amabilidad. Me señaló una silla y acomodé mis utensilios de trabajo. “Puede empezar en el momento que quiera”, ordenó con solemnidad la anciana.

                    No es habitual que a mi taller lleguen encargos de esta índole, pero no había razón para rechazarlo. El pago del retrato lo depositaron por adelantado puntualmente en mi cuenta bancaria, como lo ofreció la mujer al  teléfono.  No había
plazo para concluirlo. El tiempo es un factor fundamental para conseguir un buen retrato. “Le ruego de manera encarecida que sea fiel a la modelo”, me pidió. No vi problema en ello y acepté, aunque no me dio referencia alguna sobre la persona a retratar.  En la recámara de la anciana habían dispuesto también una mesita  junto a  la
silla, una jarra con agua y un vaso. Me dispuse a trabajar de inmediato. Coloqué sobre mis piernas la carpeta con una hoja encima, para trazar un boceto general y realizar el encuadre antes de abordar el lienzo, la anciana mujer permanecía quieta, prácticamente inmóvil, con un bello gesto dibujado en el rostro. En tanto analizaba luces y sombras con grandes trazos de carboncillo, me preguntaba porqué habían decidido realizar un retrato pintado.  “Porque sólo un buen pintor es capaz de retratar el alma y robarle al tiempo un fragmento de eternidad”, dijo la mujer como si hubiera hecho yo mi reflexión en voz alta. Me inquieté un poco, pero no le di mayor importancia al suceso y guardé silencio. Preferí concentrarme en el modelado local de las facciones que,  inexplicablemente, me resultaban hermosas y atractivas a pesar de ser una mujer de entre ochenta y noventa años. Concluí el boceto y se lo mostré desde mi lugar de trabajo, como lo hago habitualmente cuando dibujo con modelo. La mujer asintió con la cabeza y se quedó inmóvil nuevamente. Llevaba puesto un elegante vestido de seda blanco con encajes delicados en el cuello y las mangas, y unas altas zapatillas de charol negro. El peinado era sencillo y su pelo recogido destacaba sus finas facciones. Evité distraerme en nimios detalles y como en otras ocasiones permití que el trabajo fluyera sin pensar demasiado en el aspecto de la mujer; sin embargo, algo raro pasó, el boceto no era del todo fiel a la persona, parecía mucho más joven sobre el papel. Insistí nuevamente en no darle importancia al asunto y armé el caballete para trabajar sobre el lienzo.

       Reproduje con premura sobre el lienzo los trazos básicos del boceto también
con carboncillo. Decidí trabajar primero el rostro a la manera clásica y ocuparme posteriormente del  cuerpo, dejando para el final la atmósfera del entorno. Hice el fijado de las líneas primarias con pincel y sombra tostada adelgazada con aguarrás, apliqué después siena natural para el manchado general, las zonas de penumbra las acentúe con sombra nuevamente y con blanco de titanio delimité las luces. Finalmente con un poco de tinta de carne establecí el tono local de la piel. Como era posible trabajar con veladuras suaves los días siguientes, esa primera jornada sólo establecí, pues, el manchado general, concluí una carnación muy ligera y me despedí de la mujer después de las dos horas de trabajo, que suele tolerar sin queja la persona que posa. Los días que
siguieron fueron reveladores. Me presentaba a las diez de la mañana de manera puntual.
Viajaba en el Metro desde mi casa en la colonia Obrera, descendía en la estación Insurgentes y atravesaba la singular glorieta hundida, maravilla arquitectónica con tintes
futuristas que el cine hollywoodense ya explotó alguna vez con éxito mundial. Algunas veces antes de abandonar el andén me detenía a contemplar el mural de Rafael Cauduro,
y estudiaba con atención el rostro envejecido de Sir Bertrand Russel, intrigado por el
noble gesto del filósofo. Caminaba por la calle de Orizaba y me persignaba al pasar frente a la iglesia de la Sagrada Familia. Al aproximarme a la casa ya me aguardaba la mujer joven en la entrada, quien al divisarme volvía al interior y me dejaba la puerta abierta. Me introducía solo hasta la recámara donde ya me aguardaba la anciana, y me ponía a trabajar de inmediato para disimular mi zozobra ante la inédita situación. Los días que siguieron fueron de cierta monotonía, la mujer sonreía siempre afectuosa y mantenía extrañamente la misma postura del día anterior, como si no se hubiera movido nunca. Sin queja alguna ni señales de cansancio posaba orgullosa ante mí. Las jornadas de trabajo, ligeras al principio, se fueron volviendo extenuantes y me marchaba sensiblemente agotado. En ocasiones daba un pequeño paseo por la plaza, me sentaba a la sombra de un árbol y después de relajarme me encaminaba al metro para volver a  casa. El retrato marchaba muy bien, superaba incluso mis propias expectativas, había logrado cierta perfección en los pliegues del vestido y los encajes resultaban de un realismo inusitado. El sillón, el buró, la lámpara de bronce con pantalla de finos holanes y la escena campestre de José María Velasco que colgaba detrás, aparecieron paulatinamente sobre el lienzo con una delicada belleza que me sorprendía cada jornada. Sin embargo, era incapaz de retratar con fidelidad el rostro envejecido de esa mujer. Sus manos y brazos poseían en el lienzo una extraña lozanía que me inquietaba.
Incluso sus piernas, marchitas  y sin carnes en realidad, eran hermosas en la pintura. Me persuadí que lo que pasaba en realidad era que trabaja aún sobre una base superficial de
pintura, pero que tarde o temprano tendría que establecer con el pincel los detalles grotescos de la vejez.
 Pero no fue así. El tiempo de elaboración del retrato se alargó inexplicablemente,  mis esfuerzos por concluirlo eran en vano; siempre al volver a la pintura enfrentaba el mismo dilema: mi incapacidad para retratarla con fidelidad. El resultado de las correcciones era invariablemente el mismo; la anciana parecía rejuvenecer sobre la tela con cada pincelada. Me aterraba pensar que al revisar los progresos del retrato después de que me marchaba, descubriera mi incapacidad para pintarla. Pero no había comentario alguno, por el contrario, la mañana siguiente aparecía   más satisfecha y complacida. En casa empecé a pasarla mal,    Hortensia notó 

cambios notables en mi persona. Mi apetito disminuyó  y dormía con dificultad, abandoné deliberadamente otros encargos y los niños me eludían cuando estaba en casa,
sólo el gato se iba a recostar a mi lado y permanecía ahí hasta que era hora de dormir.
Sin embargo, me sentía imbuido de una vitalidad desconocida cuando entraba a aquella casa de nuevo. Bebía un poco de agua par mitigar los calores de mayo y tomaba de nuevo los pinceles.  La mujer continuaba impávida frente a mí, sin achaques ni quejas.
Algunas veces después de abandonar la recámara para retirarme, caminaba lentamente oteando  para espiar a la mujer joven; pero nunca apareció, avergonzado salía mejor  de la casa para no ser sorprendido. Pensé en abandonar el retrato y en no volver, pero mis íntimas negativas terminaban cuando salía rumbo a la colonia Roma. Además,  en el estado de cuenta de mi tarjeta de débito aparecieron nuevos depósitos en efectivo que triplicaban el presupuesto inicial del encargo. En fin,  Hortensia estaba tranquila al menos por la entrada de dinero, aunque descuidara los otros encargos, abandonara las clases particulares y el taller de los fines de semana en el Palacio de Hierro.“Ya me repondré y me disculparé con todo mundo, no te preocupes”, le decía cariñoso al volver a casa. No estuvo de acuerdo, empero, cuando empecé a asistir a la casona de la Plaza Río de Janeiro los sábados y después también los domingos, se despertaron en ella otra clase de sospechas. Le expliqué de mil maneras que el retrato no resultaba como yo quería y que tenía que trabajar horas extras para conseguirlo; que de esa manera terminaría pronto y dejaría atrás ese incómodo encargo. Sus sospechas se tornaron suspicacias y dejó de hablarme convencida de que se trataba simplemente  de otra mujer en mi vida. Y en cierta forma así era.

                  Cerca ya de los dos meses de trabajar en  el retrato y con las primeras lluvias de junio  empecé a acostumbrarme a la situación. Ya no lidiaba con la idea de corregirlo y simplemente ansiaba concluirlo. No había tampoco reproche alguno sobre mi trabajo. El retrato casi terminado era el de una joven y bella mujer que en nada se parecía a la anciana que había posado para mí durante semanas; excepto el azul de sus pupilas, ningún otro rasgo pude plasmar de su fisonomía. Sin embargo, estaba satisfecho con el modelado general, era un hermoso retrato de una mujer que en realidad nunca vi frente a mí. Si la anciana tenía casi noventa años, la mujer del retrato no llegaba a los treinta.  Tampoco me incomodaba lo extraño de la situación, todos parecíamos satisfechos. La colonia Roma, además, se había vuelto mi rumbo preferido, por las tardes recorría sus galerías  y espacios culturales.  La casa donde  vivió Ramón
López Velarde los últimos meses de su vida  me atrae particularmente, aunque la soledad que su recámara condensa entre cuatro paredes me resulte abrumadora. Me sentaba a veces en Casa Lam a tomarme un capuchino al atardecer, viendo desde su terraza a la avenida Álvaro Obregón. En la casa de Colima 196 visité alguna vez una espléndida exposición colectiva  de los miembros del Salón de la Plástica Mexicana, en particular me embelesé con dos lienzos de Rafa Merino. Este entorno urbano  de fachadas neoclásicas, calles afrancesadas y románticas plazas,  de amor por el arte y la cultura, me influían de manera poderosa para conservar la cordura en el tránsito, en realidad espeluznante, en que se desarrollaba mi trabajo en la casona aquella. La colonia Roma y sus aires cosmopolitas de principios del siglo XX me persuadían de que lo que estaba viviendo no era ajeno a sus viejas casas, fachadas y calles. Era en cierta forma un hecho que no parecía extraño  a la colonia fundada  en los albores del siglo pasado.

            La mañana del 12 de junio de ese 2009 las cosas tomaron otra dimensión.
Llegue puntual, pero por primera vez no me aguardaba la mujer joven en la puerta.
Estaba cerrada y tuve que llamar. No recuerdo ahora cuanto tiempo estuve afuera, pero no quise regresar a casa e insistí. Finalmente alguien corrió el pasador y la puerta se entreabrió. Con indecisión entré como si fuera la primera vez  que cruzaba aquél umbral, saludé por no resultar descortés, pero no había nadie. Me introduje hasta la recámara de la anciana confiado en encontrarla y reanudar mi labor, pero tampoco estaba en su sillón ni recostada en su cama. Sensiblemente nervioso me senté unos segundos en mi silla de trabajo de las últimas semanas y hasta entonces me percaté  que tampoco se encontraba la pintura sobre mi caballete. Un temblor helado recorrió mi cuerpo y decidí huir. Al salir apresuradamente al pasillo, por descuido tropecé y me golpeé la cabeza con el barandal; un hilillo de sangre empezó a descender por mi frente. Me senté unos minutos en el piso para serenarme, a poco me incorporé y bajé a la estancia buscando la salida. Al cruzar junto a la sala encontré a la mujer joven sentada en uno de los sillones,  me detuve y aturdido la saludé de manera poco convincente. La mujer no respondió. Camine hacia ella y volví a saludarla, pero permanecía inmutable, al buscar su rostro descubrí horrorizado que era la misma mujer  que había pintado. Con la mirada fija mirando hacia ninguna parte estaba en un trance fuera de este mundo. Aterrado ante la presencia de la mujer del retrato caminé tambaleante hacia la salida para escapar  pero una voz femenina me llamó por mi nombre, me detuve  y volví hacia donde estaba la mujer. Ya no estaba ahí….
La recámara está idéntica, tal como la dejó la semana pasada. Salvo el neceser nuevo de Elena sobre el tocador, las cosas permanecen en su sitio. Bocarriba el color del cielorraso le parece ridículo,  pero el plafón del centro luce bastante bien, piensa. Aguarda ensimismado a que Elena suba a verlo o que alguno de los criados le traiga algo de comer. Es antes del mediodía, en la calle gritan algunos pregoneros y las mujeres vuelven del mercado saludándose a grandes voces, la calle es un bullicio. Por fin alguien llama a su puerta. Él pregunta y le da el paso a uno de los criados,  porque Elena tiene prohibido que las muchachas suban con el servicio a la recámara.

-Buenos días. ¿Cómo se siente el señor el día de hoy?- le pregunta el criado al entrar.

-Bien, Manuel, ¿qué fecha es?- responde el hombre convaleciente en la cama.

    -¿No sabe el señor? 13 de junio, Día de San Antonio, la semana pasada entró el     
  Presidente Madero a la ciudad de México. La señora Elena le prepara algo especial.

  -¿Si? ¿Qué cosa?.

 - Es una sorpresa, averígüelo al rato mejor usted mismo. ¿Cuántos años cumplen los    
   señores de casados? – continúa indiscreto el criado.

  -Nueve años,  mi buen Manuel. ¿Y el retrato de la señora ya lo trajo el pintor?

 -No, señor. Pero vino el lunes una hija a avisar que estaría listo para la fecha que se                
  comprometió. Era una moza muy linda. ¿El patrón desea algo más?

-Sólo avisa a la señora Elena que ya desperté y que suba a verme - le suplicó.

-Si ya volvió de la iglesia le daré su recado. Con su permiso señor, - y el criado se
 marchó finalmente

Elena volvió después de la comida acompañada del doctor con un obsequio para el enfermo. El doctor lo revisó y su semblante reflejó profunda preocupación.
-¿Sigue sin mejorar, doctor? –preguntó Elena, el médico guardó silencio.

Para el atardecer empeoró. Cerca de las once preguntó agonizante por el retrato de Elena, si el pintor finalmente lo había llevado a casa. Hasta esa hora fatal Elena se enteró de su obsequió de aniversario. La última imagen que los ojos de Antonio vieron, fue la de su mujer  sentada en el sillón, en el que pasó días y noches junto a su cama....

              No tenía idea del tiempo transcurrido ni de la forma que había vuelto ahí.  Me aterrorizó descubrir que estaba recostado en la cama de la anciana. Sin entender lo que pasaba repasé los últimos hechos en mi cabeza sin moverme, no había lógica alguna. Levanté un poco la cabeza sobre mi pecho para ver hacia los pies de la cama. Mi caballete permanecía en el mismo lugar cerca de la puerta. Temeroso giré la cabeza lentamente para ver la silla en la que se sentaba la mujer del retrato, ¡y ahí estaba!, sentada junto a mí, velando mi sueño. Un escalofrío corrió por mi espalda hasta la nuca. Estaba dormida. Decidí incorporarme y salir nuevamente de ahí. Al llegar a la puerta percibí sus movimientos al despertar, pero no volví la cabeza; poco antes de girar la perilla con voz apagada suplicó:

-No te marches aún. He aguardado tanto tiempo.

Sin responder tiré de la perilla y salí aprisa al corredor, la mujer dijo algo más pero no pude comprender. Apresurado descendí por las escaleras buscando la salida, esta vez no encontré  a la otra mujer en la sala ni en el comedor. Aliviado por no encontrar obstáculo di un último vistazo al interior antes de salir y lo que descubrí me paralizó por completo. Al fondo de la sala, sobre la chimenea, estaba colgado el retrato que había pintado. Sin marco, y tal como lo había dejado la última vez sobre el caballete, el retrato presidía la sala desde su sitio en el muro. La dulzura de su mirada me hizo olvidar por un momento la confusa y terrible situación. Como si de pronto reconociera a  la bella mujer del retrato me aproximé y tuve la impresión inmediata de haberla tratado alguna vez; sus facciones de pronto se me parecieron familiares. Aunque ciertamente se trataba de la misma mujer que acompañaba a la anciana en la mansión aquella, el gesto afable que había yo plasmado sobre el lienzo me atraía y conmovía de manera incomprensible. Era un rostro armado.

         Permanecí de pie mirando el retrato. Por un momento la casa y los muebles
me parecieron más que familiares, tuve la impresión de que me pertenecían de alguna forma.  Sin embargo,  en medio de la conmoción,  pensé  en  Hortensia  y los niños y mi
pensamiento voló hacia ellos. Como si abriera los párpados en medio de un terrible sueño, mi vista descubrió de pronto una casa en ruinas, los muebles y los muros estaban cubiertos de polvo y telarañas acumulados por muchos años, la casa estaba abandonada y sólo el retrato lucía limpio y nuevo. En el piso, mis pisadas habían abierto brecha todos esos días entre tierra y basura. Como si de pronto hubiera recobrado la lucidez, abrí la  puerta y salí a la calle…

     Era el atardecer, la luz crepuscular iluminaba la calle y en la plaza el David de Miguel Ángel era bañado por la luz crepuscular. Sólo volví la vista hacia la casa cuando me sentí seguro, lejos de ella. Estaba a punto de derrumbarse, de manera incomprensible no parecía ser la misma casa que visité por más de dos meses, mis materiales de trabajo aún permanecían dentro. Mi razón, entorpecida, no atinaba a comprender lo sucedido. El celular sonó y salí de mi cavilación, era Hortensia, preocupada por que no había vuelto aún a casa; le dije que iba de regreso, que estaba bien, que sólo pasaría a la iglesia de la Sagrada Familia para persignarme.


Saneamos nuestro paseo Álvaro Obregón.

Nos complace informar que Movimiento Pro Dignificación de la Colonia ROMA, A. C. conjuntamente con la Dirección de Educación Ambiental de la Secretaría de Medio Ambiente del Distrito Federal, dentro del marco del programa REVERDECE TU CIUDAD, logró el saneamiento de la vegetación del camellón del emblemático paseo Álvaro Obregón.
Compartimos este logro con los vecinos y visitantes de nuestra Colonia ROMA y les invitamos a cooperar con el buen mantenimiento y trato de l anueva vegetación.

A continuación la nota que publica REFORMA en su edición del día de hoy Martes 1 de Noviembre.

Intervienen un camellón de la Roma

Rescatan kilómetro de área de Avenida Álvaro Obregón, olvidada por 11 años

Alberto Acosta

(1 noviembre 2011).- A lo largo de un kilómetro, entre las calles Monterrey y Cuauhtémoc, el camellón de Avenida Álvaro Obregón en la Colonia Roma comenzó ayer a ser remozado y reforestado por trabajadores de la Secretaría del Medio Ambiente, quienes en una primera etapa plantaron 10 mil 200 especies herbáceas o cubresuelos.

Esta primera etapa abarcó un tramo de 700 metros lineales, de Monterrey a Orizaba, y se prevé que esta semana se lleve a cabo la segunda etapa de reforestación con otras 10 mil plantas, de Orizaba a Avenida Cuauhtémoc.

Se trata de la primera vez que dicho camellón recibe mantenimiento mayor, luego que durante al menos 11 años integrantes del Movimiento Pro Dignificación de la Colonia Roma han solicitado, sin éxito, a las diversas administraciones de la Delegación Cuauhtémoc rehabilitar el espacio.

"Tuvimos que acercarnos a la Secretaría del Medio Ambiente para pedirle su apoyo, porque las diversas administraciones delegacionales, desde Dolores Padierna, no han atendido nuestras peticiones para rehabilitar este paseo, que es el más antiguo de la Delegación, pues existe desde que se fundó la Colonia Roma, hace 108 años.

"Afortunadamente la Secretaría del Medio Ambiente incluyó la reforestación del camellón dentro del programa Reverdece Tu Ciudad, y esperamos que sea el primer paso para mejorarlo, y que ahora la Delegación se ocupe de rehabilitar las bancas, jardineras, esculturas y demás infraestructura que está muy dañada", expuso Salvador de María y Campos, integrante del Movimiento Pro Dignificación de la Roma.

Durante un recorrido se constató que las bancas están descuidadas, hay jardineras rotas, hoyos en el andador de adoquín, las esculturas están dañadas y grafiteadas y hay montones de basura.

El rescate del camellón de Álvaro Obregón incluyó el saneamiento de jardineras y la poda de alrededor de 40 árboles afectados por plagas. En la jornada participaron alrededor de 110 empleados de medio Ambiente, apoyados con sierras eléctricas, arneses y camiones de volteo.

"Tenemos mucho muérdago en la zona, entonces estamos iniciando desde la calle Monterrey hacia Orizaba con el saneamiento, y conforme se avanza, trabajamos en la plantación. Hoy terminamos con ese tramo y agendaremos otra jornada, esta misma semana, para el tramo de Orizaba a Cuauhtémoc", adelantó Julio César Cruz, coordinador del programa Reverdece Tu Ciudad.




Y falta un montón...

Aunque ayer se comenzó a reforestar el camellón de Álvaro Obregón, todavía hay mucho por hacer.


ABANDONO Y erosión. Sobre grandes porciones del espacio, que luce seco, ayer se observaron montones de basura.

· Trabajadores de Medio Ambiente realizaron trabajo de poda.

· Entre las plantas sembradas hay lirios persa, calanchos, pasto y agapandos.

· También se colocaron contenedores para desechos, con separador.