lunes, 12 de diciembre de 2011

De Temblores y Algo Más...

Diarios Telúricos.
por Salvador De Maria y Campos Q.

Qué engorrosos son los temblores. Todo se pone “patas p’arriba” : seguro se cae algún transformador de esos que hacen malabares asidos a un poste de luz y que amasijan alambres como pelos de Medusa; se saturan las líneas telefónicas  (si acaso se lograra comunicación para preguntar por algún familiar, amigo o vecino que vive en una de las zonas de “alta sismicidad” seguro se cruzará la línea y se escuchará : “Oye, ¿cómo están todos por allá, por el Defectuoso? aquí se sintió re-gacho; si luego-luego pensamos en  ustedes…”); ahora también se caen las conexiones a las redes de Internet; no se escucha la radio (como tampoco se escuchó la tan cacareada “alerta sísmica” cuando el temblor estaba por llegar).  Todo se queda en penumbra, en un letargo que poco a poco va consumiendo la adrenalina y la exitación y sumiéndonos en la indefectible reflexión acerca de la fragilidad de la existencia y de lo efímero de la vida. Algunos hacen cuentas vertiginosas en la cabeza y sopesan la idea de mudarse a otro barrio más seguro, a un edificio menos alto quizá a una casa  o de plano, abandonar esta ciudad predestinada.

Pero, si se los mira con optimismo, los temblores tienen también su parte divertida sobre todo, si se vive en un edificio en la zona céntrica de la ciudad, en el lecho de lo que fuera el viejo lago de la gran Tenochtitlan.  Una a una se oyen azotar las puertas de los apartamentos y los pasos de los vecinos que se apresuran por la escalera : hay pisadas estridentes de chanclas y pantuflas; otras de tacones histéricos; algunas zancadas de botas vaqueras que bajan los peldaños de dos en dos y desde luego arañitos de garras de perros que acompañan a sus amos moviendo la cola pensando que les llevan a un inusitado paseo al que se suman desde ya todos los demás perros que viven en el edificio. En el rellano lo mismo te topas con un improvisado turbante hecho de toalla húmeda que con un sugestivo camisón o unos pantalones de pijama con tremendos lamparones.

Un temblor también hace héroes de ocasión : La vecina aprovecha la confusión y la desbandada, te toma del brazo, te acaricia y te estruja el bícep como midiendo tu fuerza  y a ratos –fingiendo que es causa de la oscilación de la tierra- pega su cabeza en tu hombro,  pertrechándose tras de su desbordado pánico que manifiesta con una risilla nerviosa y a la vez traviesa. Y no te suelta sino hasta que ha salido contigo del edificio. Tú, claro, intrépido héroe, abandonas el edificio con el pecho henchido como si con el mismo fueras a traspasar los muros de escombro que se apilarían frente a ti impidiendo tu paso y el de tu telúrica e improvisada Louise Lane –a la que, por cierto, la vecina no se le parece en lo más mínimo-.
Una vez fuera, de pie en la acera de enfrente, viendo como el edificio oscila aún, te da un último apretón “gracias… ay perdona… te he apretado muy fuerte… ¿tu eres el vecino de qué piso?... a claro, si el que toca el piano…”… Tú, modulando la voz, imprimiendo un aire de búdica e impasible calma respondes “no fue nada, ya pasó”.

“Se sintió horrible, yo estaba viendo la Tele cuando sentí un jalón en el sillón, pensé que me estaba mareando”… “Yo no me dí cuenta sino hasta que el perro empezó  ladrar”… “Yo me estaba haciendo pedicure, qué horror, me puse las chanclas con el barniz fresco, ya se me pegó la felpa en las uñas”… “No puedo comunicarme con mis padres para decirles que estoy bien”… “Qué buena onda güey, ya no tenemos que hablar con nuestros papás, ahora podemos irnos de peda, diremos que no pudimos comunicarnos”… El teporocho que duerme en una de las bancas del parque, pasa por enfrente del arremolinado grupo de los conmocionados vecinos caminando -como siempre- por el arrollo y pasa de ellos. El perro del  vecino del 103 finalmente puede olerle el rabo a la perrita de la vecina el 102 a la que tanto cela su ama y que nunca deja que se le acerque ningún perro, mucho menos el del 103… Otros, los más curtidos en el tema de temblores, vuelven pronto a casa y retoman lo que habían dejado pendiente, pero ahora a la luz de las velas.

Desde luego el portero se convertirá en el cronista oficial del evento :  mañana cuando bajes al vestíbulo, camino de tu trabajo, te interceptará y te contará atropelladamente y  exagerando sensiblemente los sucesos de cómo la señora del 403 que se quedó dentro de casa había predicho el temblor y que desde horas antes había prendido una veladora; de cómo el vecino de arriba de tí mandó a sus hijos en taxi a casa de su mamá porque allá es mas seguro y que al rato llegó su novia y desde luego, de cómo los de la farmacia de a la vuelta tuvieron que bajar las cortinas porque con el apagón temían que se metieran a robar mercancía, los antihistamínicos –por la pseudoefedrina- que son tan socorridos en estos tiempos de las anfetaminas.

Tú nunca estás preparado con tu “kit de terremoto”: ya te bebiste la botella de agua el otro día que no pasó el repartidor y que te dio flojera ir a comprar un garrafón al Seven Eleven, ya tiraste las barras de cereal que se estaban haciendo viejas; la lámpara –si acaso la hallas- no tiene baterías y desde luego que nunca compraste la radio portátil…

El vaivén va cediendo y las voces dejan de sonar agitadas. Todos vuelven a casa. Ahora el edificio está más silencioso que un camposanto. Se puede escuchar el aleteo de una mosca. Unos se fueron a casa de sus padres. No hay luz, no se escucha ni una radio ni un televisor. Sólo las luces de los autos que pasan por la calle iluminan de cuando en cuando el ventanal. Las bujías se consumen de a poco en el centro de la mesa del comedor. La calle está en calma. Los músicos de banqueta también dejaron de tocar y se fueron de regreso a sus casas. Los comensales se fueron también. Tras de su puerta, la vecina puso candado a su urgente deseo por ti; la del 102 pone talco frenéticamente en el rabo de su perrita; el vecino vuelve a salir con sus botas a parrandearse la noche, si vuelve a temblar mejor que lo agarre de pachanga. Tú cogerás tus mancuernas y ejercitarás tus bíceps mientras que llega la luz… y el perro del 103, antes de que venga el próximo temblor seguro ya le habrá vuelto a oler el rabo a la perrita del 102.